Quien espera desespera” dice el dicho, o no… Yo siempre he tenido la tendencia a hacer las cosas muy rápido. En el colegio terminaba los deberes en clase la primera y luego me tocaba, con mucha paciencia o no, esperar. Al final, acababa aburriéndome o buscaba algún entretenimiento mientras mis compis terminaban.

Hombre en traje en una sala de espera con las manos cruzadas.Hoy en día ser el primero parece que es un plus: llegar el primero, terminar el primero, conseguir la primera vacuna del Covid… Para luego tener que esperar o terminar haciendo una chapuza (el primero). ¿Qué ocurriría si funcionamos a otro ritmo? A nuestro ritmo, aprendiendo a tener paciencia con nosotros mismos y con los otros.

1. Tiempos de espera. Tiempos de paciencia.

La naturaleza tiene unos tiempos diferentes que los de la tecnología. Ahora se habla de ordenadores que hacen grandes operaciones en nanosegundos, comunicaciones rápidas, trenes de alta velocidad, aviones supersónicos… ¡¡Ufff!! Todo va a “todo trapo”, como dice mi sobrino de cinco años.

Y sin embargo, nuestro ritmo biológico no funciona a esas velocidades, necesitamos de otros tiempos para asimilar y funcionar. Y los problemas surgen cuando queremos ir más deprisa de lo que realmente podemos. Entonces nuestra mente empieza a pedirnos más y más. Sube el estrés, la ansiedad y no somos capaces de dormir o terminamos durmiendo mal.

Pequeño brote de una planta. Es necesario tener paciencia para ver el brote.Párate por un segundo y observa que la naturaleza tiene sus tiempos de espera. Cuando un agricultor planta una semilla, tiene que esperar con paciencia unos meses para que germine y salga la planta. Espera a que crezca, y la cuida con mimo, la riega, la abona, la poda… y cuando recoge sus frutos, espera de nuevo a que llegue el momento de nuevo para la siembra.

Algo parecido ocurre cuando una mujer se queda embarazada: espera durante nueve meses a que el bebé esté formado y entonces da a luz. De hecho, hablamos de tiempo de “buena esperanza”.

Sin embargo, la sociedad actual nos está empujando a unos ritmos que no son los ritmos de nuestra biología, de los tiempos que necesitamos para asimilar y gestionar lo que nos ocurre, y de alguna forma nos vemos abocados a este ritmo de manera inconsciente hasta que nuestra biología dice basta y enfermas para que pares. Es lo que yo llamo la cultura de lo siguiente.

Desde un punto de vista biológico lo que pasa es que nuestro cuerpo se acelera, aumenta nuestra ansiedad y nuestro estrés (aumentar el cortisol en sangre), las defensas del sistema inmunitario descienden y al final, antes o después, te pones enfermo de algo.

2. Orientación al logro

Pero me dirás: “Sí, claro, ¿y qué hago? ¿Dejo de trabajar?”. Bueno, esa no es la idea, no vaya a ser que solucionemos un problema y creemos otro mayor.

La cuestión es darnos cuenta de qué manera tu forma de estar en el mundo está orientada al logro, y ser consciente de que a veces llegar el primero a un sitio no es la mejor opción. Mi profesor de DBM, John McWriter, ponía como ejemplo el llegar a la tumba… Igual no es necesario correr para llegar a esto.

Llegar el primero no siempre es la mejor opción.

Cuando tu foco está únicamente en el hacer, en conseguir obtener resultados sin darte cuenta de cómo lo estás haciendo y sin tener perspectiva, corres el riesgo de perderte por el camino, de perder el rumbo y el sentido de lo que estás haciendo, y sobre todo no disfrutar.

Se trata de encontrar el equilibrio entre lo que hacemos y lo que somos. Encontrar el equilibrio entre el Hacer y el Ser.

Al estar sumergidos en el mundo de la tecnología, hemos caído en la trampa de no cuidarnos, de pensar que si nuestra forma de trabajo está orientada al hacer y a la multitarea conseguiremos mejores resultados. Y esto no es así. Está comprobado científicamente que cuando ponemos el foco en una sola actividad somos mucho más eficientes y no solo eso sino que también aumenta nuestro bienestar. Pero es muchas veces nuestra impaciencia la que no nos permite darnos cuenta de esto, y tenemos la tendencia a querer hacer todo a mil por hora, y los tiempos de espera se convierten en un suplicio en vez de en una oportunidad.

Los tiempos de espera se convierten en una oportunidad si nos permitimos parar y respirar.

3. Cultivar la paciencia a través de Mindfulness

Cambiar esta forma de hacer las cosas no es fácil. Posiblemente lleves mucho tiempo funcionando a velocidades supersónicas (y sintiéndote mal) y cuando intentas cambiar el ritmo te sientes incluso mal.

Banco de madera, para sentarse a la espera.De hecho, hay mucha gente que cuando después de un periodo muy estresante se coge unas vacaciones, los primeros días se encuentra mal y su cuerpo (igual su mente no, pero sí su cuerpo y su biología) echa de menos esas dosis de estrés a las que está acostumbrado.

La práctica de Mindfulness permite aprender a parar, a darte cuenta de que otra forma de estar en el mundo es posible, y que incluso los resultados de esta forma de estar en el mundo son tan buenos como cuando vives con estrés y en esta corriente del ir deprisa.

El primer paso para empezar a cambiar y de equilibrar tu vida está en darte cuenta de cómo estás viviendo, y que no eres una máquina, que eres una persona humana con tus limitaciones. Y desde ahí, a través de la meditación y el cambio de enfoque, comenzar a cultivar la paciencia contigo mismo y con los demás. Podrás encontrar tu ritmo natural y comenzar a disfrutar de todo lo que hagas.

Te puedo garantizar que esto es posible, porque yo antes era muy impaciente.

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